Entramos en un mes lleno de sentimientos para nuestra comunidad educativa. Desde que se entronizó el Carisma del Sagrado Corazón de Jesús, por la vivencia de los Hermanos del Sagrado Corazón en nuestro liceo, que la profundidad e inmensidad del amor de Dios nos ha acompañado a lo largo de tantos años. Es también un tiempo para agradecer este legado de los Hermanos, como también de agradecer al Señor, que nos haya dejado lo mejor de sí, su Corazón. Porque solo desde ahí podremos entender que la vida no es solo intelecto, raciocinio, cálculos, sino sentimientos, emociones, latidos, que nos indican que la vida es más, en la medida que se entrega, se da, generosamente a los otros. Es el efecto inmediato de contemplar el Corazón de Jesús, un corazón tan ancho y grande que palpita y late por todos, especialmente los más desfavorecidos, los más sencillos, los más humildes. Por eso le rendimos culto, no solamente en lo privado de nuestras salas, y capilla, sino y ojalá, como desafío, mostrándolo a los demás: a la comuna, al país, al mundo.
Se trata de una devoción muy recomendada por la Iglesia. Los Papas a lo largo de la historia, le han dedicado varias encíclicas. Todos los grandes teólogos han escrito páginas fervorosas y penetrantes sobre el Sagrado Corazón.
El culto del Sagrado Corazón apareció en los principios de la época moderna (siglo XVII). Sus protagonistas fueron dos santos franceses: San Juan Eudes, y sobretodo Santa Margarita María Alacoque, quien recibió del Señor mismo la misión de propagar el nuevo culto, con promesas de favores espirituales para quienes lo practicaran.
En realidad esta devoción echa sus raíces más profundas en la misma Biblia. El Antiguo Testamento habla de las entrañas de Dios, que se conmueven por el pequeño, el pobre, el pecador. Ahora bien, es sabido que en todos los pueblos el corazón es considerado la sede de los sentimientos, los cuales gravitan alrededor del amor como planetas alrededor del sol.
La última imagen de Jesús en su vida terrena que nos ofrece el Nuevo Testamento es precisamente la de su corazón traspasado por la lanza del soldado, y de allí brotó sangre y agua (Jn 19, 31-37). Ahí tenemos el punto final de la Revelación de Dios, la manifestación más clara de lo que es: Amor generoso, sacrificado, fuente de vida, aun para aquellos que lo hieren. Pocas veces Jesucristo habló de sí mismo, pero cuando lo hizo aludió a su corazón: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29).
La devoción al Corazón de Jesús coloca en el centro del horizonte espiritual de los cristianos no una teoría sino una Persona, Jesucristo, con un verdadero corazón humano, sensible, compasivo, misericordioso, sin límites, como Buen Pastor y Maestro, que acompaña y enseña.
EL CORAZÓN ABIERTO
He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres. ¡Míralo! No apartes la vista. No le bastaba con amarte y hacerse hombre. No le bastaba con amarte y ser un hombre cualquiera; no le bastaba con amarte y morir en una cruz..., incluso muerto el mal le hiere con una lanza desgarrándole el corazón. Y Él, todo un Dios, en vez de rebelarse ante tal crueldad, nos regala hasta la última gota de su sangre y de su agua.
Precisamente, en ese corazón abierto y herido se ha concentrado todo el amor de Dios. En ese Corazón traspasado está el auténtico rostro de Dios. ¿Cuál es ese rostro? El rostro de amor que se da hasta el extremo. El amor que abruma. El amor que no atiende a razones y destroza cualquier planteamiento humano. Es un amor tan exagerado, que solo puede ser divino. Un amor así no se puede contar ni definir. Solamente se puede aceptar y disfrutar. A eso te invitamos, durante este mes….
“Quiero hablar hoy de un amor
quiero hablar hoy del Señor
corazón paciente, amor ardiente
quiero hablar de aquel que vence a la muerte.” (P. Cristóbal Fones)
REFLEXIÓN SOBRE EL CORAZON DE JESÚS
(cf. www.jovenesdehonianos.org)
Educar con y desde el Corazón
El “Educador Corazonista” como el Pastor Auténtico establece una relación educativa de cercanía personal, respetuosa, de acogida y reconocimiento de cada uno de sus estudiantes, conoce sus posibilidades y límites, sus entornos familiares, sociales y culturales. Conoce el modo que cada estudiante tiene de acercarse a los aprendizajes para lograrlos. A semejanza de Jesús Buen Pastor, atrae y se distingue por el amor a los suyos y sale de la comodidad de sus planificaciones y de los indicadores de logro prefijados para ir en busca del alumno que camina más lento y se pierde entre los intrincados caminos del saber.
Hay muchos hoy que centran el debate educativo en la eficacia técnica de la labor docente. De ahí que haya en el ambiente una cierta opinión de que la educación mejoraría si mejoraran las competencias del profesorado, las instalaciones educativas y las metodologías pedagógicas. Puede ser cierto. Para algunos, entre ellos el P. Dehon, (fundador de la Congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús) la educación era sobre todo una actitud, un modo de ser y de tratar a las personas. Educar no solo es saber transmitir conocimientos y valores, es sobre todo demostrar con la vida propia la validez de lo que se cree. Estas actitudes surgen del corazón. El educador es ante todo un hombre de corazón que se entrega de corazón a la tarea de entrenar corazones para la vida. Desde la experiencia se podrían resumir en seis las actitudes típicas que deben anidar en el corazón del educador:
a) La acogida: El P. Dehon se queda prendido de la gratuidad con que Dios nos trata. La oferta de Dios es gratuita, se da sin esperar nada a cambio. Dios no va pidiendo primero que nos convirtamos para darnos luego su salvación. Es al revés. Nosotros deberíamos educar generando esta capacidad de acogida al otro como es. A veces hacemos muchas cosas y nos olvidamos de generar espacios y tiempos donde las personas se puedan explayar a su antojo sin miedo a ser juzgados. En este sentido, nuestros niños y jóvenes tienen verdadera necesidad de sentirse acogidos como son. El pensamiento único, las marcas, los modos uniformes de comportamiento se le imponen al individuo de una forma implacable. Nuestros adolescentes se ven muchas veces en la angustia de renunciar a ser ellos mismos para ser aceptados. Acoger sin juzgar es el primer paso que da Dios contigo; es el primer paso para cualquier relación auténtica.
b) La cordialidad: “Aprendan del Corazón de Cristo”, insistía P. Dehon. O sea, “aprendan a ir con el corazón por delante”, a conectar con los sentimientos de la otra persona tal cual es. La cordialidad nace de la certeza de que la bondad es frágil pero tremendamente poderosa. La cordialidad se corresponde con la empatía: es la capacidad de ponernos en el lugar del otro, comprender sus sentimientos y su situación vital, y conectar con lo más profundo de la persona, tal y como hace Dios mismo con nosotros. La cordialidad nos tiene que situar en una actitud de amor incondicional hacia nuestros destinatarios, de manera que sepan que no van a ser juzgados ni rechazados por sí mismos. Cuando alguien se siente amado así, incondicionalmente, saca de sí lo mejor. Solo cuando nos sentimos amados somos capaces de cambiar.
c) La fragilidad: Para educar no hace falta ser perfectos, sino auténticos. No tenemos que vender nuestros productos a nadie, sino ser testigos de lo que Dios hace en nosotros. Ir con el corazón por delante supone dar la imagen de lo que somos. Nuestros defectos entonces no son un impedimento, sino un signo de autenticidad. Somos frágiles, pero tenemos a un Dios fuerte. Dios actúa en nuestra fragilidad. “Porque cuando soy débil entonces soy fuerte”, decía S. Pablo. Nuestros errores le transmiten al otro la idea de que no hace falta hacer un máster para ser cristiano ni para ser persona. La verdad nos hace libres frente al otro y le permite al otro sentirse a nuestro nivel porque, en el fondo, a la hora de cometer errores, todos somos iguales. En un mundo donde solo triunfan los que no cometen errores, es importante hacer que nuestros alumnos entiendan que la fragilidad lejos de ser un defecto, es una hermosa cualidad llena de fuerza humanizadora.
d) La misericordia: La fragilidad es imprescindible para entender la misericordia. La misericordia es el modo de amar de Dios, diametralmente opuesto al modo que tenemos los hombres de amar. Nosotros amamos a las personas por sus méritos: es guapo/a, es inteligente, es divertido/a, me hace sentirme bien… Dios, en cambio, nos ama por nuestros defectos y debilidades. Misericordia es eso: acercar el corazón a la miseria. Dios nos ama por lo último, por lo más bajo, por lo más frágil de nosotros. Cuando nos sentimos amados así, empezamos a ver a los demás distintos, con otros ojos. Ya no nos impresionan sus méritos, sino que nos conmueven sus errores, porque son sus errores los que los hacen más parecidos a nosotros. Amar al otro cuando se equivoca es eficaz: provoca una revolución imparable.
e) La confianza y la osadía: El amor provoca confianza. El amor de Dios provoca una confianza fundamental para todo lo que nos pasa en la vida. Cuando te sientes amado sospechas que hay algo que jamás puedes perder: “¿Quién nos puede arrebatar el amor de Dios?”. Estamos marcados por el amor, somos seres amados, y eso nadie lo puede cambiar. Quien se siente así va por la vida con la seguridad de que lo fundamental está asegurado. De la confianza nace la osadía. Y para educar el corazón hay que tener un cierto desparpajo y hasta, diría yo, una cierta temeridad. No me refiero al atrevimiento del
caradura que solo persigue su interés, sino la intrepidez del que sabe que el éxito de lo que hace no depende de él, sino que está garantizado por su propia utopía.
f) La fraternidad: Al sentirnos amados con lo que somos no podemos menos que tratar a los demás como hemos sido tratados. La misericordia y la confianza generan fraternidad. El otro ya no es competidor, juez que me mira, objeto de placer y manipulación, sino hermano, hermana. Alguien como yo que puede cambiar si siente el amor como yo lo he sentido. Corremos el peligro en estos tiempos de concebir la educación como un problema y, por tanto, al alumno como un ser incómodo. Si, en cambio, planteáramos la educación como una relación, no sé si seríamos más eficaces, pero, desde luego, nos implicaríamos más como docentes, padres e, incluso alumnos. Educar, no es tanto moldear al otro, como devolver una herencia que se ha recibido gratis. En este acto titánico y hermoso cuenta sobre todo ir a lo profundo de nuestro corazón y desentrañar las motivaciones que nos han movido en la vida y que nos siguen moviendo a ser educadores. En esta tarea tenemos un ser que nos alienta, que nos inspira y que multiplica nuestras frágiles fuerzas: el gran Pedagogo, el Dios del Corazón Paciente, Cristo el Buen Pastor.
Porque, quien educa en el amor y para el amor, enseña para la vida y da respuesta a las búsquedas más verdaderas de sus estudiantes. Sólo el amor abre el corazón de los estudiantes a la verdad y dispone a la persona para sacar de sí lo mejor de lo que se es.