En tu corazón y en el Corazón de Dios.
Lo que florece, ¿está ya en la semilla? ¿Se puede improvisar una flor, un atardecer o un alma generosa? ¿Hay algo en nosotros que no haya sido sembrado? La raíz de todo está en el corazón. Y lo que no esté enraizado en él nunca brotará. Si quieres cambiar el mundo, revisa tu corazón ¿Dónde hunde sus raíces? Un árbol es un buen ejemplo de vida. Crece firme porque está arraigado, bebe desde el centro de la tierra a través de unas raíces que han costado años desarrollar. De su firmeza y su paciencia surge vida a su alrededor, pájaros que anidan, insectos que encuentran en él su hábitat, personas que buscan su sombra…¿Eres tú así?
Arraiga tu corazón en Cristo, verás la vida florecer a tu paso.
…La Iglesia nos ofrece este año, alcanzar nuestro centro, llegar al corazón de sí mismo y de los demás, en el año de la Misericordia, con gestos y acciones, desde:
La fragilidad… Para educar no hace falta ser perfectos, sino auténticos. No tenemos que vender nuestros productos a nadie, sino ser testigos de lo que Dios hace en nosotros. Ir con el corazón por delante supone dar la imagen de lo que somos. Nuestros defectos entonces no son un impedimento, sino un signo de autenticidad. Somos frágiles, pero tenemos a un Dios fuerte. Dios actúa en nuestra fragilidad. “Porque cuando soy débil entonces soy fuerte”, decía S. Pablo. Nuestros errores le transmiten al otro la idea de que no hace falta hacer una especialización o un máster para ser cristiano ni para ser persona. La verdad nos hace libres frente al otro y le permite al otro sentirse a nuestro nivel porque, en el fondo, a la hora de cometer errores, todos somos iguales. En un mundo donde solo triunfan los que no cometen errores, es importante hacer que nuestros alumnos entiendan que la fragilidad lejos de ser un defecto, es una hermosa cualidad llena de fuerza humanizadora.
La misericordia… La fragilidad es imprescindible para entender la misericordia. La misericordia es el modo de amar de Dios, diametralmente opuesto al modo que tenemos los hombres de amar. Nosotros amamos a las personas por sus méritos: es simpático/a, es inteligente, es divertido/a, me hace sentir bien… Dios, en cambio, nos ama por nuestros defectos y debilidades. Misericordia es eso: acercar el corazón a la miseria. Dios nos ama por lo último, por lo más bajo, por lo más frágil de nosotros. Cuando nos sentimos amados así, empezamos a ver a los demás distintos, con otros ojos. Ya no nos impresionan sus méritos, sino que nos conmueven sus errores, porque son sus errores los que los hacen más parecidos a nosotros. Amar al otro cuando se equivoca es eficaz: provoca una revolución imparable.
Por ello, que el Plan Pastoral 2016, desde este centro, apunta en la línea de la Bula Papal, que nos dice “déjense sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios (…) En este año jubilar la Iglesia se convierte en eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. Nunca se canse de ofrecer misericordia y sea siempre paciente en el confortar y perdonar. La Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita con confianza y sin descanso: “Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor, que son eternos” (Sal.25, 6) (MV.25)